Hoy, como cualquier otro día de diario me levanté para ir a clase, y llevé a cabo el mal hábito que tengo de vestirme por la mañana antes de salir a la calle. Bien, mi primer pensamiento al abrir el armario fue:
"Ayer hizo calor"
Error gravísimo e imperdonable número uno. El clima tiene unas fluctuaciones aleatorias no determinables a largo plazo que cualquier humano mentalmente sano conoce; es decir, que algunos días llueve y otros no. Pues bien, yo no tuve en cuenta ese dato tan superfluo e irrelevante, así que me puse unos pantalones piratas monísimos y una camisetilla de manga corta de las finitas, para no asarme con el sol de Mayo.
Este error, pensaréis ustedes, agudos lectores, podría ser fácilmente subsanado con el simple y racional acto de mirar por la ventana para ver cómo está el día, y en caso de dudas abriendo dicha ventana y sacando la manita al exterior para comprobar la temperatura aproximada del exterior y evitar toparse de cara con las posibles inclemencias climáticas de la primavera. Pero estamos hablando de estupidez no de racionalidad.

sentido como él en un par de ocasiones.
Pues bien, volviendo a ponernos en situación, yo me calcé mis piratas (monísimos, por cierto) y mi camisetilla y salí de la habitación dispuesto a comerme el mundo y a asombrar a todos los seres humanos con mi sobrenatural presencia, después de desayunar, por supuesto. Una vez en la comida, disfrutando de mis galletas Príncipe de rigor mi madre me interceptó y me dirigió estas sabias palabras:
"Muy fresco vas tú. Hoy está nublado, va a llover"
Por supuesto, un ente superior como yo ignoró este consejo de segunda clase sin ningún rigor científico que lo respaldase; lo que nos lleva al error gravísimo e imperdonable número dos: Hazle siempre caso a tu madre, ella sabe más que tú, ella ha vivido más tiempo que tú y ella tiene por costumbre ver el parte meteorológico diariamente. Pero claro, subido en mi nube de superioridad rechacé esta demostración de vaga palabrería y salí a la calle más chulo que un ocho.
Al principio todo iba bien, como en las películas americanas, el cielo estaba nublado pero hacía calorcito lo que yo vi como una señal positiva del destino, había acertado con mi atuendo y además el sol no me iba a cegar durante la mañana. Todo son ventajas cuando te levantas con buen pie.
Peeeeeero, igual igual que en las pelis americanas la cosa se torció en el punto del camino en el que me resultaba imposible volver a casa a enmendar mi error. Este curioso fenómeno se repite en mi vida continuamente y es digno de estudio, siempre me doy cuenta de que la he cagado cuando ya no puedo volver atrás y rectificar. No sé si le pasará al resto de los humanos, pero si a alguien le ha pasado entenderá mi frustración ante mi propia estupidez.
Siguiendo con el hilo argumental sobra decir que empezó a llover, como bien había profetizado mi madre unos minutos antes. Aceleré el paso hasta llegar al instituto y una vez dentro hice un balance de daños y de pérdidas que resumiré así:
-Pérdidas humanas: 0
-Pérdidas materiales: 0
-Daños materiales: Camiseta y pantalones (que no sé si he dicho ya que son monísimos) considerablemente mojados.
Tras ese balance llegué a la conclusión de que no había sido para tanto la aventura, puesto que a lo largo de la mañana el sol surcaría el cielo calentando el ambiente y evitando que lloviese demasiado. Es decir, más calorcito y menos mojarse. Este pensamiento nos lleva de cabeza al error gravísimo e imperdonable número tres. El más importante de todos, que pondré en negrita:
Cuando ya la has cagado, nunca, nunca, nunca jamás las cosas van a mejorar; siempre irán a peor.
Este es un axioma irrefutable e infalsable de la existencia humana, es una variación de la ley de Murphy que decía que cuando las cosas pueden salir mal sin ninguna duda saldrán mal; en este caso cuando las cosas ya han empezado a ir mal sólo pueden ir a peor.

Y como no, esta ley no falla. Salí del instituto esperando encontrarme un clima apacible y tranquilo con el que me deslizaría armónicamente con el piar de los pajaritos que habrían salido después de la lluvia a cantarle al arco iris camino a mi casa. Pero cuán enorme fue mi desengaño al ver que me equivocaba por completo. La lluvia, ajena a mis intereses caía con una fuerza sobrenatural, con rabia, con contundencia, con pasión, vamos con mala hostia.
Automáticamente repasé en mi mente el plano de mi ciudad en tres dimensiones calculando cuál sería el camino más corto hacia mi vivienda. Esfuerzo que fue inútil, pues me empapé de pies a cabeza durante el trayecto. Si me hubieran metido en una piscina con ropa para regarme con una manguera de bomberos al salir el resultado hubiera sido idéntico. He llegado a casa (esto ha sido hace escasa media hora) chorreando como un perro tras una tormenta y pensando en lo idiota que puedo llegar a ser cuando me acabo de levantar, cultivando probablemente un catarrazo del copón.
Así que este espeluznante testimonio me ha servido para reflexionar en la estupidez absoluta del ser humano en general. Desde aquí os aconsejo sinceramente que penséis, coño, no hagáis como yo.
He dicho.
Vargas.