sábado, 8 de marzo de 2008

Jornada de refracción.

No es muy ético tener propaganda política de un partido en el día de hoy, así que me dispongo a relegar el texto anterior a un segundo plano, ya que si tengo que esperar a que lo haga alguno de los otros colaboradores me pueden dar las siguientes elecciones.

Un pequeño texto recién improvisado para que no quede esto tan escaso.

Un día se durmió. Se quedó dormida en medio de una importante reunión con sus jefes, los jefes de sus jefes y los grandes directivos de su gran empresa, ataviados con grandes barrigas y grandes dosis de autosuficiencia y pedantería. Estando en medio de una frase que defendía la calidad de su trabajo y la necesidad que la empresa tenía de sus servicios, para que esos crueles tiburones no la pusieran de patitas en la calle, se quedó frita en su silla. No pudo terminar de explicar los complejos datos alfanuméricos del gráfico de colorines que estaba proyectado en el lienzo blanco de la pared, por lo que los demás comensales nunca llegaron a entender los valores de la bolsa alemana en los últimos seis meses. Fue la única persona que se quedó dormida en un edificio de 42 plantas, en pleno corazón de Nueva York a las 11 de la mañana. Más de seiscientas personas trabajando allí y la tocó a ella el ataque de sueño.

Soñó con colorines, con globos de helio que subían hasta el cielo para formar allí figuras relajantes, que la alejaban del estresante trabajo que la mantenía ocupada. Soñó con una playa caribeña de arena blanca y aguas transparentes bañada por el sol de la tarde que deja caer sus últimos rayos de luz antes de ocultarse en el horizonte. Soñó con una hamaca en esa playa en la que se tumbaba mientras removía una copa de algún exquisito licor. Y justo cuando iba a echarse la copa a los labios para calmar la sed; despertó.

El paisaje de sus sueños fue remplazado de nuevo por los importantes hombres de negocios que se apiñaban a su alrededor, gritando como locos, rojos como tomates y en el fondo, graciosos. Pero ella no era capaz de encontrarle la gracia a la escena, la regañaron pro quedarse dormida en medio de una reunión tan importante, dijeron que parecía una niña pequeña con esos actos, exclamaron que la empresa no necesitaba a una persona tan irresponsable como ella, e incluso, alguien dijo en voz baja que había roncado.

Desconcertada, salió de la lujosa sala con asientos de terciopelo y se metió en un ascensor que la llevara hasta la calle, cuando llegó cogió su coche, lo condujo hasta su casa y abrió la puerta torpemente. Dejó las llaves en la mesilla, fue a su habitación, se tiró en la cama y volvió a quedarse dormida.

Era un sueño demasiado bonito como para dejar que se acabase por una tontería.

Vargas.

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