lunes, 31 de diciembre de 2007

¡Feliz año nuevo!

Es seguro que en estas fechas habéis escuchado esta típica frase montones de veces. Un año termina para dar paso al siguiente, un evento que se repite ciclicamente pero que siempre trae buenos recuerdos.

Estamos acostumbrados a escuchar esta frase y responder con un: "igualmente", pero...

¿Qué es un año?

Vaya pregunta más tonta... Un año son 365 días de 24 horas agrupados en 12 meses de días variables entre ellos. También cabe destacar que uno de cada cuatro años tiene un día más que se añade al mes de Febrero, siendo así de 366 días.
Esa sería una buena respuesta, pero hoy intentaré daros una pequeña dosis de culturilla general, para que cuando juguéis al trivial podáis vacilar un poco a los colegas. Vamos a responder a otra pregunta:

¿Por qué son así los años?

Bien, lo primero que hay que hacer es utilizar su nombre real; cuando nosotros utilizamos el término vulgar "año" nos estamos refiriendo al concepto "Año sideral" que es el tiempo que tarda la tierra (o cualquier otro planeta) en pasar por el mismo punto dos veces en su órbita alrededor del sol.

Pues bien, para la tierra ese tiempo es de 365 días y, apróximadamente, 6 horas.
Esas 6 horas se van acumulando, y al cabo de 4 años se convierten en 24 horas, lo que nos da un nuevo día que se debe añadir al calendario.

Hasta aquí la explicación sencilla del concepto de año. Pero un nuevo problema aparece cuando aclaramos que esas 6 horas que dura, apróximadamente, un año son en realidad 5 horas, 48 minutos y 45'16 segundos. Por lo que cada año pasamos por alto 11 minutos, que a lo largo de mil años se convierten en 11000 minutos; un desfase de 7 días. Puede parecer muy poco, perder 7 días cada mil años no es algo que nos vaya a afectar directamente a ninguno de nosotros. Pero todos sabemos lo meticulosos que son los astrónimos, por lo que le buscaron una solución al problema.

Por supuesto, la encontraron. tras mucho tiempo de investigación llegaron a la conclusión de que un año bisisesto cada 400 años no se celebraría, con lo que el desfase se reduciría a 26 segundos al año, una cifra prácticamente insignificante. Se decidieron por poner ese año en uno de los llamados años seculares (son los que dan entrada a un nuevo siglo, por ejemplo: 1700, 2000, 1600...)

Por lo tanto, un año secular de cada cuatrocientos debería ser bisiesto pero no lo es ni será.

Espero haber conseguido escarbar un poco en vuestras cortezas cerebrales e introducir unos conocimientos que se queden grabados a fuego en vuestra mente, aunque sea sólo como curiosidad.

Felices fiestas a todos. ¡Hasta el año que viene!


Vargas.

miércoles, 19 de diciembre de 2007

La historia más triste del mundo.

Nunca creí que sería yo quién escribiría esta historia. Tampoco quién la viviría, pero nadie es dueño de su destino, y no podemos zafarnos de las obligaciones que el porvenir nos otorga.

La historia de un mundo llamado desolación, de un alma llamada tristeza y de un universo sin nombre. Un universo negro, sin estrellas, sin luz, sin vida, sólo tristeza. Ella es el único habitante del mundo; nació de la tristeza, vive con tristeza y, por supuesto morirá de tristeza. Siempre rodeada de desamores, de discordia, de problemas, de golpes, de complicaciones, de suicidios, de heridas, de angustia, en definitiva: rodeada de desolación.

Pero no puede hacer nada por evitarlo, no le quedan fuerzas para quejarse, ni dientes para morder, tampoco le queda ni un centímetro de superficie que no este lleno de dentelladas. Tiene que resignarse a un mundo de dolor un dolor continuo, inagotable y eterno.

Es difícil imaginarse esa situación, intenta pensar cómo sería tu vida si en ella no existiera ni el más mínimo atisbo de felicidad, sin sonrisas, sin luz cegadora al despertar, sin un "buenas noches" al irte a dormir, sin escuchar jamás un "te quiero", sin ver la luna y las estrellas, sin tumbarte en el verde césped a intentar descifrar la forma de las nubes, sin ir a la playa a pasear junto a alguien, sin amigos, sin seres queridos, sin nadie que te aprecie, nadie que te enseñe, nadie a quien le importes, nadie que se preocupe por tus problemas, nadie que se de cuenta de que estás vivo.

Un mundo en el que estás sólo, abandonado en un negro y frío desierto sin arena, abandonado, un barco a la deriva sin velas, sin timón y sin timonel en el que tú eres el solitario capitán que ni siquiera tiene una petaca de ron para echarse a la boca e intentar olvidar.

Un mundo en el que el olvido no existe, en el que estás condenado a recordar todos y cada uno de los golpes que te has dado, condenado a ver la totalidad de tus infinitos errores que se repetirán periódicamente durante toda la eternidad. Jamás serías capaz de olvidar tus fallos, un mundo sin perdón.

Sin perdón. Sin un dios misericordioso y omnisciente que esté ahí esperando con los brazos abiertos a que tu alma entre en su reino de paz y tranquilidad. El único ser omnisciente que existe aquí eres tú, ya he dicho que estás solo, eres un dios venido a menos, negro, y preso de tu propio poder aberrante.

Un poder inexistente que te hiela las entrañas convirtiéndolas en fríos trozos de nada, un poder que sólo te permite avanzar en tu penosa locura. No eres nadie. No eres nada. No mereces vivir, pero tampoco puedes morir porque la muerte sería una salvación, una liberación de ese opresivo universo del que no puedes escapar jamás. La muerte no es la solución

¿Por qué?

Muy sencillo...


Porque no hay solución.

Vargas.

lunes, 10 de diciembre de 2007

Eterna espera...

Espera un momento antes de empezar a leer...

Un poquito más...


Ahora, ya.

¿Cuánto tiempo te has pasado esperando a que cargue esta página? ¿medio minuto? ¿quizás uno entero? Y, ¿cuánto tiempo has estado esperando a que se encienda el ordenador? ¿Dos minutos? ¿tres? ¿y esperando a que se haga el café?

O esperando en la cola del supermercado.
O viendo la publicidad en medio de una película.
O esperando a que llegue el tren.
O escuchando el tono del teléfono antes de que te lo cojan.
O mirando embobado cómo se enciende el móvil.

Si te paras a pensarlo llegarás a la conclusión de que tu vida se compone de pequeños momentos de espera que, sumados conforman un tiempo bastante grande. La vida consiste en esperar, nos pasamos la existencia aguardando a que las cosas empiecen a funcionar, pero lo más alarmante es que no nos damos cuenta. Aceptamos de buen grado estar buena parte del día perdiendo nuestro tiempo en nada.

Pongamos el supuesto de que en un día, una persona normal espera unos 15 minutos de media. En una semana esos 15 minutos se habrán convertido en 105 minutos, que a lo largo de un mes se habrán multiplicado a unos 450 minutos, que multiplicado por 12 nos resulta un total de 5400 minutos, los cuales en diez años se transforman en 54.000 minutos. Lo que son exactamente 900 horas, de las que, dividiendo entre 24 horas que tiene un día, obtenemos la alarmante cifra de 37 días y 12 horas!!

Cada diez años, contando sólo con el tiempo que estamos despiertos, pasamos más de un mes esperando a que nuestros aparatos electrónicos comiencen a funcionar, o a que una serie de personas paguen los productos que han comprado antes que nosotros.

¿No crees que se debería reducir ese número?

Procuremos reducir al mínimo nuestros periodos de espera, que es tiempo completamente perdido y desperdiciado.

Y el tiempo es oro, amigos.

Vargas.

sábado, 1 de diciembre de 2007

Y tú, ¿cuánto tiempo llevas viviendo?

Pues hoy, haciendo honor a mi palabra cuando dije que intentaría escribir más a menudo y aprovechando que comienza el mes de diciembre, he decidido realizar esta entrada en la que incluyo un interesante cuento de Jorge Bucay. Jorge Bucay es un psicoterapeuta gestáltico que ha escrito varios libros, que él mismo considera herramientas terapéuticas, y a uno de los cuales pertenece este cuento.

Quiero agradecer a Seve la iniciativa que tuvo introduciendo un fragmento de un libro y recomendándolo, y así pienso seguir su ejemplo con esta pequeña historia con la que espero lograr causar el interés de aquél que encuentre el tiempo para leerla y disfrutarla.

Y sin más preámbulos, les dejo que lean.

Esta es la historia de un hombre al que yo definiría como un buscador...

Un buscador es alguien que busca; no necesariamente alguien que encuentra.

Tampoco es alguien que, necesariamente, sabe qué es lo que está buscando. Es simplemente alguien para quien su vida es una búsqueda.

Un día, el buscador sintió que debía ir hacia la ciudad de Kammir. Había aprendido a hacer caso riguroso de estas sensaciones que venían de un lugar desconocido de sí mismo. Así que lo dejó todo y partió.

Después de dos días de marcha por los polvorientos caminos, divisó, a lo lejos, Kammir, Un poco antes de llegar al pueblo, le llamó mucho la atención una colina a la derecha del sendero. Estaba tapizada de un verde maravilloso y había un montón de árboles, pájaros y flores encantadores. La rodeaba por completo una especie de pequeña valla de madera lustrada.

Una portezuela de bronce lo invitaba a entrar.

De pronto, sintió que olvidaba el pueblo y sucumbió ante la tentación de descansar por un momento en aquél lugar. El buscador traspasó el portal y empezó a caminar lentamente entre las piedras blancas que estaban distribuidas como al azar, entre los árboles.

Dejó que sus ojos se posaran como mariposas en cada detalle de aquel paraíso multicolor.

Sus ojos eran los de un buscador, y quizá por eso descubrió aquella inscripción sobre una de las piedras:

Abdul Tareg, vivió 8 años, 6 meses, 2 semanas y 3 días

Se sobrecogió un poco al darse cuenta de que aquella piedra no era simplemente una piedra: era una lápida.

Sintió pena al pensar que un niño de tan corta edad estaba enterrado en aquel lugar.

Mirando a su alrededor, el hombre se dio cuenta de que la piedra de al lado también tenía una inscripción. Se acercó a leerla. Decía:

Yamir Kalib, vivió 5 años, 8 meses y 3 semanas

El buscador se sintió terriblemente conmocionado.

Aquel hermoso lugar era un cementerio, y cada piedra era una tumba.

Una por una, empezó a leer las lápidas.

Todas tenían inscripciones similares: un nombre y el tiempo de vida exacto del muerto.

Pero lo que lo conectó con el espanto fue comprobar que el que más tiempo había vivido sobrepasaba apenas los once años...

Embargado por un dolor terrible, se sentó y se puso a llorar.

El cuidador del cementerio pasaba por allí y se acercó.

Lo miró llorar durante un rato en silencio y luego le preguntó si lloraba por algún familiar.

-No, por ningún familiar —dijo el buscador—. ¿Qué pasa en este pueblo? ¿Qué cosa tan terrible hay en esta ciudad? ¿Por qué hay tantos niños muertos enterrados en este lugar? ¿Cuál es la horrible maldición que pesa sobre esta gente, que les ha obligado a construir un cementerio de niños?

El anciano sonrió y dijo:

- Puede usted serenarse. No hay tal maldición. Lo que pasa es que aquí tenemos una vieja costumbre. Le contaré...:

“Cuando un joven cumple quince años, sus padres le regalan una libreta como esta que tengo aquí, para que se la cuelgue al cuello. Es tradición entre nosotros que, a partir de ese momento, cada vez que uno disfruta intensamente de algo, abre la libreta y anota en ella:

A la izquierda, qué fue lo disfrutado.

A la derecha, cuánto tiempo duró el gozo.

Conoció a su novia y se enamoró de ella. ¿Cuánto tiempo duró esa pasión enorme y el placer de conocerla? ¿Una semana? ¿Dos? ¿Tres semanas y media...?

Y después, la emoción del primer beso, el placer maravilloso del primer beso...¿Cuánto duró? ¿El minuto y medio del beso? ¿Dos días? ¿Una semana?

¿Y el embarazo y el nacimiento del primer hijo...?

¿Y la boda de los amigos?

¿Y el viaje más deseado?

¿Y el encuentro con el hermano que vuelve de un país lejano?

¿Cuánto tiempo duró el disfrutar de estas situaciones?

¿Horas? ¿Días?

Así, vamos anotando en la libreta cada momento que disfrutamos... Cada momento.

Cuando alguien se muere, es nuestra costumbre abrir su libreta y sumar el tiempo de lo disfrutado para escribirlo sobre su tumba. Porque ese es para nosotros el único y verdadero tiempo vivido".

El Buscador (Cuentos para pensar), Jorge Bucay

Espero que tras haber leído este relato os planteéis otra forma de enfocar la vida. Esto lo digo porque en muchas ocasiones dedicamos más tiempo a aquellas cosas que nos preocupan que a disfrutar de los buenos momentos que nos proporcionan las personas más cercanas a nosotros, nuestros propios logros, nuestras ilusiones cumplidas… Y tenemos que darnos cuenta que la vida no está llena de malas situaciones, tenemos que comenzar a apreciar más los instantes de felicidad de los que disponemos. Nunca es tarde para empezar. Comienza ahora si es posible, ¡disfruta de la vida!